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Año 2100. Reflexiones sobre el siglo XXI

La superpoblación

La superpoblación

Durante el siglo pasado, la población mundial pasó de 1.600 millones a 6.100 millones de habitantes, produciéndose un crecimiento exponencial que si se mantiene constante este siglo, en 2100 habremos alcanzado los 50.000 millones de habitantes. Tendríamos ciudades de 100 millones de habitantes, que se extenderían a lo largo de valles y colinas sembrando de edificios y calles cientos y cientos de kilómetros cuadrados. Pero esa cifra de 50.000 millones no se va a alcanzar porque los recursos naturales del planeta no podrán alimentar ni de lejos a tanta población. La explotación de los recursos ya ha llegado a los máximos niveles, afectando incluso al equilibrio ecológico de varias zonas del planeta. Podemos decir que la vaca ya no es capaz de dar más leche de la que está dando, ni a más velocidad. Pero, ¿cuáles son las causas de este vertiginoso crecimiento de la población?. En la historia de la humanidad la cifra de población mundial ha ido aumentando muy lentamente, incluso hubo descensos durante la Edad Media. El origen de este reciente crecimiento exponencial fue la revolución industrial. La industria multiplicó la capacidad del hombre para extraer los recursos, y en definitiva para obtener alimentos y productos básicos. El mundo occidental tenía de pronto la capacidad de alimentar a muchas más personas. Todo ello coincidió con el gran avance de la ciencia y en especial de la medicina, que redujo muchísimo la mortalidad infantil y ha ido alargando paulatinamente la esperanza de vida. Medicamentos, vacunas, servicios sanitarios gratuitos, cirugía…, semejante despliegue de medios ha contribuido determinantemente en la mejora de la calidad de vida de la población. Ahora nuestros abuelos llegan normalmente a los 75 y 80 años, cuando hace 150 años no habrían superado los 55 años. Y nosotros es probable que vivamos más años que nuestros abuelos. Pero al final del siglo XX, curiosamente, los principales motores de crecimiento poblacional no eran los países más desarrollados, sino los que estaban en vías de desarrollo, destacando entre ellos India, China y también el África subsahariana. En Europa y América del Norte la tasa de natalidad descendió a niveles muy bajos durante la década de los 80, tras un boom de nacimientos las dos décadas anteriores. La causa de ese descenso fue principalmente la liberación de la mujer y su incorporación al mundo laboral, sobre todo en la industria y los negocios. La mujer empezó a tener poder de decisión, a disponer de los mismos derechos que el hombre en sectores hasta entonces exclusivamente masculinos. Actos tan cotidianos como abrir una cuenta bancaria, ir a la universidad, dirigir una empresa, ir a votar, habían estado vetados para las mujeres. Las féminas hasta entonces habían tenido un objetivo fundamental en la vida: casarse, formar un hogar, tener hijos y cuidar a su marido. A partir de los años 70 eso empezó a cambiar. El uso de métodos anticonceptivos ayudó a las sociedades de Occidente a retrasar la edad en la que las madres alumbraban a su primer hijo, pasando de los 21 a los 25, y hasta los 27 en el año 2000. Y por supuesto a reducir el número de hijos por mujer, que bajó a 1,4 de media. La consecuencia de esta situación ha sido el imparable envejecimiento de la población de los países desarrollados. El descenso de la natalidad sin embargo no se dio en los países en vías de desarrollo. Allí, las mujeres siguieron teniendo un papel social secundario. Como hemos comentado antes, India y China se convirtieron así en los líderes mundiales en natalidad, fomentados por una sociedad machista que veía en los hijos una bendición, una ayuda para ponerse a trabajar y sacar adelante a la familia, y en las hijas poco más que un estorbo, una descendencia nada rentable económicamente. De hecho, en algunas regiones de India era típico tener el mayor número de hijos varones posible, para asegurar la supervivencia de la familia. A pesar de tratarse de zonas con alta mortalidad infantil, el crecimiento de la población alcanzó cifras espectaculares en los años 90. El África negra también presentaba aquellos años índices de crecimiento altos, causados esta vez por una ausencia de planificación familiar, siendo difícil encontrar una mujer en edad fértil y no embarazada. Las organizaciones internacionales trataron de introducir en esas sociedades el uso del preservativo, como arma eficaz para la reducción tanto de la natalidad como sobre todo, de forma indirecta, de la alta mortalidad infantil. La estampa que ofrecía el mundo en el año 2000 era por tanto bien distinta según miráramos a los países desarrollados o al resto. En los primeros teníamos un ligero crecimiento demográfico, ya estabilizado tras 30 años de alta natalidad, pero con un envejecimiento imparable de la población, mientras que en los segundos encontrábamos tasas de crecimiento grandes, con picos importantes en zonas ya de por sí muy pobladas, como India y China. En general la población mundial crecía a buen ritmo, convirtiéndose el problema de la superpoblación en una patata caliente, una bomba de relojería programada para explotar en algún momento de este nuevo siglo.

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