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Año 2100. Reflexiones sobre el siglo XXI

El mundo en una mano

El mundo en una mano

A mitad de este siglo es difícil imaginarse cómo será la tecnología que nos vendan en las grandes superficies, cuando la era digital esté ya alcanzando su madurez. Las pantallas planas LCD, DVD’s y navegadores GPS inauguraron el siglo XXI, y han triunfado esta primera década. Se habla ya de móviles de tercera generación, con pantallas de alta definición y gigas de memoria, que reproducen música, video, navegan por Internet, tienen GPS, hacen fotos, … y todo en un aparato algo más grande que una tarjeta de crédito. Los móviles de quinta, sexta o séptima generación hará años que habrán dejado de denominarse móviles (no sabemos qué calificativo adoptarán, un anglicismo seguro). Tendrán el tamaño de una pequeña agenda, pero además con las prestaciones de un ordenador de escritorio. Escribirán al dictado, hablarán, y reconocerán la voz de su ‘dueño’. También podremos proyectar video e imagen de alta definición sobre una pared o superficie. Por supuesto, con él navegaremos por Internet y gestionaremos nuestro correo electrónico desde cualquier lugar: en la calle, en una cafetería, … Podremos consultar también el estado de los aparatos de nuestro hogar, como la televisión, el frigorífico, el sistema de climatización, etc. Por ejemplo, podremos apagar o encender la calefacción de casa, o consultar la temperatura ambiente, o preguntarle a nuestro frigorífico qué productos hay que comprar. Esto último será posible porque los frigoríficos del futuro tendrán unos sensores de reconocimiento y clasificación de los productos que hay en su interior, bien por su forma, color, o por el código de barras de su envoltorio. En las grandes superficies comerciales, nuestro ‘móvil’ recibirá información por wi-fi de todos los productos que hay en un radio de varios metros, pudiendo filtrar y que nos avise sólo de aquellos que nos interesan. En el momento de pasar por caja, el ‘móvil’ también nos permitirá pagar la compra a través de una caja automática. Internet habrá desarrollado nuevos potenciales, ampliando su influencia en los hábitos de la vida diaria. El uso de los certificados digitales será algo cotidiano y natural, y con ellos podremos realizar infinidad de trámites administrativos y consultas que hoy día requieren presentar una solicitud firmada. Muchas personas no sabrán vivir literalmente sin su ‘móvil’.

 

El presidente nº 44 de EEUU

El presidente nº 44 de EEUU

Ayer martes presenciamos uno de los acontecimientos que sin duda va a pasar a la historia, y que será señalado en el año 2100 como uno de los momentos destacados del siglo XXI: la investidura de Barak Obama como presidente de EEUU, el primer presidente afroamericano de todos los tiempos. Por primera vez en la historia de la humanidad, el hombre que gobierna el país más poderoso del mundo es de raza negra. Tarde o temprano iba a suceder, ya que EEUU se formó por inmigrantes. La inmigración ha poblado ese extenso país, tras casi exterminar a la población nativa (los indios americanos). Al principio ingleses, pero poco a poco hispanos, irlandeses, italianos, africanos (forzados por la esclavitud) y asiáticos arrivaron allí e hicieron suya esa bandera y esa ideología.

Era inevitable al menos incluir un pequeño comentario del asunto en este blog. Deseamos a Obama una andadura llena de éxitos, y que ofrezca Paz y consenso entre los pueblos del mundo.

Internet y la Era Digital

Internet y la Era Digital

Tras enumerar dos problemas que afectarán directamente a la supervivencia de la raza humana en el planeta (leer las dos referencias anteriores), como son la superpoblación y el cambio climático, este tercer asunto puede parecer banal y secundario, pero es tan reseñable como los anteriores. La década de los noventa vio nacer la era digital, que revolucionó totalmente el campo de las comunicaciones. Es cierto que la comunicación había dado pasos de gigante durante todo el siglo, con la invención primero del telégrafo, luego del teléfono, y más tarde de la radio y la televisión. Y los satélites de comunicaciones además permitieron que esa comunicación no conociera distancias ni fronteras. Pero la era digital ha transformado y uniformizado esa comunicación. Ahora se transportan sencillamente unos y ceros, sin importar si se trata de sonido, imagen, video, texto, etc. Los sistemas de almacenamiento digitales arrasaron en pocos años con los viejos sistemas magnéticos (cintas de cassette, VHS), empujados por el abaratamiento desenfrenado de sus costes de producción, y su reducción de tamaño. Un Gigabyte de almacenamiento era difícil de ver a comienzos de los 90, y hoy (año 2009) su coste en el mercado está rondando los 10 céntimos de euro. Diez Terabytes, que ahora caben en una caja de zapatos (repito, estoy hablando del año 2009), pueden almacenar tanta información como la que hace 20 años ocupaba un edificio entero de varias plantas. La información ya no requiere espacio físico. El ordenador personal e Internet, hijos ambos de la era digital, se convirtieron en las autopistas por las cuales acceder desde nuestros hogares a un nuevo mundo, un mundo virtual, compuesto por miles de Terabytes de información. Ese mundo es la Red Mundial Global (World Wide Web o WWW). Navegar por ese mundo virtual, dinámico, significa obtener de forma instantánea información de cualquier tipo, y también es una vía de comunicación por escrito entre personas, reemplazando a la carta ordinaria. Una carta virtual (e-mail) puede ser leída por el destinatario segundos después de que el emisor la envíe, mientras que las cartas en papel requieren una serie de acciones (ponerle un sello, echarla en un buzón) y sobre todo tardan varios días en llegar a manos del interesado. En comodidad e inmediatez la carta digital y la de papel no se pueden comparar. Otro fenómeno que ha invadido nuestro mundo de relaciones personales es la telefonía móvil. El móvil ha hecho realidad un sueño de la comunicación: poder hablar con la persona que deseas en cualquier momento, desde cualquier lugar, sin importar dónde esa persona esté, y sólo pulsando un botón. Este pequeño aparato se ha convertido en un elemento inseparable del hombre occidental. Sin él, una persona puede encontrarse ilocalizable e incomunicada, algo que para las nuevas generaciones podría ser realmente una situación incómoda. A pesar todo lo comentado, nos encontramos sólo en los inicios de la era digital. Este siglo XXI nos depara grandes sorpresas tecnológicas, sin duda.

El cambio climático

El cambio climático

Dudar del cambio climático a estas alturas sería negar lo evidente. El planeta se está enfrentando a un ascenso generalizado de la temperatura media. La Antártida está perdiendo enormes bloques de hielo que vagan hacia latitudes más cálidas empujados por las corrientes oceánicas, y en las más agrestes cordilleras del globo, como los Andes o el Himalaya, imponentes glaciares van retrocediendo cada año. Las grandes columnas negras de contaminación generadas por el hombre desde la revolución industrial, y la tala de árboles en bosques y selvas podrían estar empezando a pasar factura. La selva amazónica, el gran pulmón de la Tierra, ha estado sufriendo ataques continuos por parte de empresas madereras y otros negocios. Al final la mano del hombre va a conseguir alterar el ecosistema. Periodos de sequía, huracanes, inundaciones,… todos estos fenómenos son síntomas de ese cambio climático. Y las previsiones de los expertos no son muy optimistas. Aseguran que aunque reduzcamos las emisiones a la atmósfera, las temperaturas medias van a seguir subiendo. A mitad de siglo apenas quedarán glaciares, el nivel de los océanos subirá varios centímetros como consecuencia del deshielo de los polos, y los periodos de sequía se van a ir radicalizando, haciendo que los desiertos se extiendan todavía más. El ascenso del nivel del mar afectará de forma grave a muchas costas y ciudades, y el agua potable será un bien cada vez más preciado. Sin duda, este va a ser un reto muy importante a afrontar este siglo XXI. Además, debido a la gran complejidad que rigen los mecanismos climáticos del ecosistema del planeta, desconocemos los niveles de magnitud de esos cambios. Por muchas cifras que se puedan manejar en estudios y previsiones, el planeta es imprevisible. Y por otro lado, no está demostrado fehacientemente que detrás de este fenómeno esté la mano del hombre. Podría ser sólo efecto del pulso climático al que está sometida la Tierra desde hace cientos de millones de años, pulso en el que se incluyen las glaciaciones y cambios climáticos menores durante las eras interglaciares.

La superpoblación

La superpoblación

Durante el siglo pasado, la población mundial pasó de 1.600 millones a 6.100 millones de habitantes, produciéndose un crecimiento exponencial que si se mantiene constante este siglo, en 2100 habremos alcanzado los 50.000 millones de habitantes. Tendríamos ciudades de 100 millones de habitantes, que se extenderían a lo largo de valles y colinas sembrando de edificios y calles cientos y cientos de kilómetros cuadrados. Pero esa cifra de 50.000 millones no se va a alcanzar porque los recursos naturales del planeta no podrán alimentar ni de lejos a tanta población. La explotación de los recursos ya ha llegado a los máximos niveles, afectando incluso al equilibrio ecológico de varias zonas del planeta. Podemos decir que la vaca ya no es capaz de dar más leche de la que está dando, ni a más velocidad. Pero, ¿cuáles son las causas de este vertiginoso crecimiento de la población?. En la historia de la humanidad la cifra de población mundial ha ido aumentando muy lentamente, incluso hubo descensos durante la Edad Media. El origen de este reciente crecimiento exponencial fue la revolución industrial. La industria multiplicó la capacidad del hombre para extraer los recursos, y en definitiva para obtener alimentos y productos básicos. El mundo occidental tenía de pronto la capacidad de alimentar a muchas más personas. Todo ello coincidió con el gran avance de la ciencia y en especial de la medicina, que redujo muchísimo la mortalidad infantil y ha ido alargando paulatinamente la esperanza de vida. Medicamentos, vacunas, servicios sanitarios gratuitos, cirugía…, semejante despliegue de medios ha contribuido determinantemente en la mejora de la calidad de vida de la población. Ahora nuestros abuelos llegan normalmente a los 75 y 80 años, cuando hace 150 años no habrían superado los 55 años. Y nosotros es probable que vivamos más años que nuestros abuelos. Pero al final del siglo XX, curiosamente, los principales motores de crecimiento poblacional no eran los países más desarrollados, sino los que estaban en vías de desarrollo, destacando entre ellos India, China y también el África subsahariana. En Europa y América del Norte la tasa de natalidad descendió a niveles muy bajos durante la década de los 80, tras un boom de nacimientos las dos décadas anteriores. La causa de ese descenso fue principalmente la liberación de la mujer y su incorporación al mundo laboral, sobre todo en la industria y los negocios. La mujer empezó a tener poder de decisión, a disponer de los mismos derechos que el hombre en sectores hasta entonces exclusivamente masculinos. Actos tan cotidianos como abrir una cuenta bancaria, ir a la universidad, dirigir una empresa, ir a votar, habían estado vetados para las mujeres. Las féminas hasta entonces habían tenido un objetivo fundamental en la vida: casarse, formar un hogar, tener hijos y cuidar a su marido. A partir de los años 70 eso empezó a cambiar. El uso de métodos anticonceptivos ayudó a las sociedades de Occidente a retrasar la edad en la que las madres alumbraban a su primer hijo, pasando de los 21 a los 25, y hasta los 27 en el año 2000. Y por supuesto a reducir el número de hijos por mujer, que bajó a 1,4 de media. La consecuencia de esta situación ha sido el imparable envejecimiento de la población de los países desarrollados. El descenso de la natalidad sin embargo no se dio en los países en vías de desarrollo. Allí, las mujeres siguieron teniendo un papel social secundario. Como hemos comentado antes, India y China se convirtieron así en los líderes mundiales en natalidad, fomentados por una sociedad machista que veía en los hijos una bendición, una ayuda para ponerse a trabajar y sacar adelante a la familia, y en las hijas poco más que un estorbo, una descendencia nada rentable económicamente. De hecho, en algunas regiones de India era típico tener el mayor número de hijos varones posible, para asegurar la supervivencia de la familia. A pesar de tratarse de zonas con alta mortalidad infantil, el crecimiento de la población alcanzó cifras espectaculares en los años 90. El África negra también presentaba aquellos años índices de crecimiento altos, causados esta vez por una ausencia de planificación familiar, siendo difícil encontrar una mujer en edad fértil y no embarazada. Las organizaciones internacionales trataron de introducir en esas sociedades el uso del preservativo, como arma eficaz para la reducción tanto de la natalidad como sobre todo, de forma indirecta, de la alta mortalidad infantil. La estampa que ofrecía el mundo en el año 2000 era por tanto bien distinta según miráramos a los países desarrollados o al resto. En los primeros teníamos un ligero crecimiento demográfico, ya estabilizado tras 30 años de alta natalidad, pero con un envejecimiento imparable de la población, mientras que en los segundos encontrábamos tasas de crecimiento grandes, con picos importantes en zonas ya de por sí muy pobladas, como India y China. En general la población mundial crecía a buen ritmo, convirtiéndose el problema de la superpoblación en una patata caliente, una bomba de relojería programada para explotar en algún momento de este nuevo siglo.

La rueda del consumo

La rueda del consumo

Nos estamos transformando en consumidores natos, inmersos en un sistema económico que necesita que lo seamos para no venirse abajo. ¿Y cómo es posible esto?. De forma consciente o inconsciente, Estados Unidos lleva desde la década de los 60 exportando y promocionando su modelo de vida americano por todo el planeta (a través del cine y la televisión), primero fue en Occidente y de un tiempo a esta parte ya es a nivel global. El modelo de vida americano genera una sociedad en la que está bien visto el consumo. El consumo se encuentra en lo más alto de la escala de valores sociales. La gente consume para sentirse aceptado y valorado, para sentirse bien. Una sociedad además que sea débil moralmente y con bajo nivel cultural es una sociedad manejable y previsible, que no va a renunciar en el futuro a sus comodidades a cambio de unas ideologías o de una revolución social. Por tanto la sociedad desarrollada y acomodada de Occidente no liderará revolución alguna… a menos que le pinchen donde más le duele, es decir, que le cierren el grifo del consumo.

Algún día el equilibrio entre oferta y demanda sobre el que se sostiene el mercado libre puede romperse, produciendo una crisis económica que eleve los precios de tal forma que sea imposible mantener los niveles de consumo, y desemboque en una insostenible crisis social. Nuestro ritmo de vida exige un marco económico mundial muy engrasado y equilibrado, que es más frágil de lo que creemos. La gran dependencia del petróleo como fuente principal de energía hace que no podamos ahora mismo vivir sin el llamado oro negro. La reserva mundial (millones y millones de barriles) permitirá que, ante un agotamiento progresivo de los pozos de petróleo, la existencia de crudo esté garantizada durante un tiempo. Sin embargo, ahora por cada barril que se extrae ya se están consumiendo cinco. Por tanto no habrá que esperar muchos años para ver cómo su precio alcanza niveles que perjudiquen seriamente el equilibrio de la economía mundial. Los estados tendrán poco margen de maniobra, dada su escasa influencia en todo el sistema económico, y la sociedad deberá aprender de repente a vivir sin petróleo.

La más que previsible crisis del petróleo del siglo XXI se puede atenuar si de forma progresiva se van sustituyendo las fuentes de energía no renovables por las llamadas fuentes de energía verdes, que son ilimitadas. En ese sentido, curiosamente Estados Unidos, el mayor consumidor de crudo, se encuentra a la cola en investigación y uso de fuentes de energía renovables. Y es que los magnates del petróleo ejercen un gran poder en el gobierno de ese país.

Detrás del telón existe un grupo secreto de poder que influye en el rumbo económico del mundo, y por extensión (dada la influencia actual de la economía en los demás ámbitos) en los gobiernos y sociedades de los principales países del planeta, el principal de ellos Estados Unidos. Desgraciadamente, sus intereses no son la paz o la erradicación del hambre en el planeta, o la ayuda a los pueblos más sometidos y desfavorecidos. Son grandes inversores y empresarios que buscan aumentar sus fortunas en los negocios de más rentabilidad: fabricación de armas, consumo de petróleo, patentes farmacéuticas y explotaciones de minas de diamantes. A pesar de todo, su poder no es absoluto, y la última palabra la tiene la sociedad (principalmente la de los países desarrollados), aunque una sociedad acomodada apenas dispone de fuerzas para tomar sus propias decisiones. El modelo de vida americano incita al consumo, como hemos comentado antes. Si uno se lo puede permitir, se comprará el coche más grande, la casa mejor, la ropa a ser posible será de marca, cambiará el fondo de armario con cierta frecuencia… si tiene sed, antes que agua beberá a ser posible una bebida refrescante aromatizada, etcétera. Y detrás hay un mercado mundial que se mueve, que necesita que compres para que la rueda no se ralentice. Un mercado que te ofrece múltiples facilidades para que gastes, desde tarjetas, pago a plazos, préstamos, … Un mercado de libre competencia en el que la publicidad se lleva un porcentaje importante del coste final del producto. Cada vez que compramos algo, una parte de lo que pagamos es para gastos de marca y publicidad, otra para gastos de transporte y logística, otra para costear a intermediarios, y el resto es el coste real del producto y las tasas e impuestos. Muchas veces nos quejamos de estos últimos (el IVA es el más conocido) cuando de todos los trozos del pastel es el único que gestiona el estado y revierte posteriormente en infraestructuras sociales y en compensar desequilibrios entre pueblos. Lo demás sirve en buena parte para ampliar los beneficios de los inversores y engrasar la gigantesca maquinaria del mercado libre.

Antes hemos dejado entrever que la sociedad tiene la última palabra. Pero, ¿de qué armas disponemos para llegar a un equilibrio de fuerzas frente a todos estos agentes de poder?. Todas se resumen en dos palabras: autodefensa intelectual. Las personas debemos disponer de suficiente capacidad para elegir libremente, en pro de un consumo más racional de los recursos. Y esa capacidad se adquiere a través de la educación, que nos enseña a reflexionar y formar nuestra propia opinión de las cosas, en definitiva nos ayuda a que nuestro intelecto sea libre. El estado de derecho tiene la obligación de garantizar la igualdad de oportunidades y el acceso a una educación digna de todos sus miembros, que les permita usar su intelecto con libertad. Por tanto, un buen sistema educativo es clave para neutralizar socialmente las embestidas del capitalismo liberal actual. Si mantenemos vivo nuestro espíritu de crítica podremos algún día liderar la revolución social que se aproxima, hacia un consumo sostenible. Los estados deben modernizar sus modelos educativos, fomentar la lectura, auténtica vía para la formación del espíritu crítico, y transformar el principal medio de difusión, la televisión, en una ventana temática al conocimiento, entretenimiento e información, dejando al espectador que elija lo que desea ver y no sea como ahora, que ve lo que le echan.

El motor de la Historia

El motor de la Historia

Los principales motores que mueven el mundo y su historia han sido siempre el comercio y el choque entre civilizaciones y pueblos. Ambos aspectos serán también claves en la evolución de la humanidad durante este siglo. Un pueblo que tiene malas relaciones con otros pueblos destina muchos de sus recursos humanos y técnicos al sector bélico, fabricando armas (o comprándolas) y manteniendo a un numeroso ejército. Esto ha sido así desde las primeras civilizaciones. Si además ese pueblo o país entra en guerra, el esfuerzo necesario para sustentarla exige grandes sacrificios y siega montones de vidas humanas sin diferenciar vencedores de vencidos. Por eso se dice con razón que tras una guerra ningún bando sale victorioso. Viéndolo así, cualquier pueblo con un mínimo de sentido común tratará de mantener unas relaciones de respeto con el resto de sus vecinos y evitará cualquier escaramuza. Puestos a elegir, mejor invertir el esfuerzo de todo un pueblo en labores efectivas y productivas, que en la simple defensa del territorio. La civilización egipcia se encontraba aislada de otros pueblos amenazadores, protejida por el mar y el desierto, y tuvo 4.000 años de evolución pacífica. Aquella civilización obtuvo grandes avances en variados terrenos como la agricultura, la construcción, la astronomía, etc. Pero las guerras han existido siempre, motivadas por conflictos de territorialidad (invasión o defensa de un territorio), de ideas (las guerras civiles), religión y honor. ¿Puede haber otros motivos?. Imaginemos que usted fabrica armas o se dedica a su venta. Unas relaciones entre estados basadas en el respeto no son el mejor marco para su negocio. Así que reconózcalo, le interesa que haya conflictos, relaciones tensas, guerras civiles, alguna invasión de vez en cuando… Si el mundo convergiera a un entendimiento global, basado en el respeto entre culturas, estados y pueblos, debería conformarse con vender cada vez menos carros de combate, granadas, minas antipersona, fusiles de asalto, helicópteros, submarinos y aviones.

 

Influencia de los acontecimientos en la Historia

Influencia de los acontecimientos en la Historia

Es indudable que usted está siendo testigo directo de los acontecimientos que serán analizados y relatados en los libros a publicar sobre el siglo XXI, dentro de 95 o 100 años. Con toda seguridad, el primer suceso destacado (por orden cronológico) será el ataque terrorista que sufrió Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Ese día marcó realmente el inicio del nuevo siglo, y del nuevo milenio. Los que fuimos testigos en directo por televisión de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York no éramos capaces de determinar el grado de importancia de aquel ataque al corazón del país más poderoso del planeta, y nos empezábamos a preguntar: ¿qué va a pasar a partir de hoy?, ¿el mundo ya no va a ser igual?, ¿estamos abocados a una III Guerra Mundial?. Hoy todavía no somos capaces de aclarar hasta qué punto ese ataque terrorista influirá en el rumbo del mundo. Y es que, esto es importante, la trascendencia real de un acontecimiento dentro de la historia se desconoce en el momento en que este sucede, y sólo queda determinada años después. Aunque no sólo los sucesos impactantes dejan huella en la historia. A veces, un hecho irrelevante o poco valorado acaba influyendo de forma determinante en el rumbo social. Y también, porqué no, puede suceder a la inversa, que acontecimientos de gran magnitud luego no influyan en el futuro del planeta. ¿Es posible que algo como esto último suceda con el atentado de las Torres Gemelas?. No se sabe. Indudablemente fue un acontecimiento de gran impacto, que llegó a todos los rincones del globo gracias a las telecomunicaciones, pero que dentro de 30 o 40 años podría acabar siendo sencillamente un segundo Pearl Harbor. De momento sólo está sirviendo para poner a Afganistán e Irak en el punto de mira de Estados Unidos.

Otro ejemplo de este necesario reposar de la historia fue la llegada del hombre a la Luna en 1969, un acontecimiento sin precedentes destinado a marcar un antes y un después en la historia. Muchos vaticinaban en ese instante que para el año 2000 el hombre ya habría llegado a Marte, y los vuelos espaciales estarían al alcance del gran público. La era espacial iba a cambiar el mundo. Y en cierto modo lo ha hecho, sobre todo en el aspecto de las comunicaciones, pero podemos asegurar que ahora, 40 años después, los vuelos espaciales siguen siendo tan caros y peligrosos como entonces, y el hombre desde 1973 ya no ha vuelto a pisar otro lugar fuera de la Tierra, ni siquiera ha regresado a la Luna. Aquella hazaña de Neil Armstrong y “Buzz” Aldrin conserva todo el simbolismo del hecho en sí, pero su repercusión en la historia no ha sido determinante, en absoluto comparable con la del descubrimiento de América de 1492. La principal diferencia es que en América había otra civilización y riquezas, y en la Luna no. En ese aspecto, para un historiador, la llegada del hombre a la Luna se asemeja más a la conquista de la cima del Everest o del Polo Sur, metas más científicas y aventureras que de tinte comercial o cultural.

Una única sociedad

Una única sociedad

Una sociedad es un conjunto de personas que directa o indirectamente colaboran entre ellas y se relacionan (relación que puede ser amistosa, impositiva o de enfrentamiento). Si bien es indiscutible que entre el pueblo humilde de Uganda y los habitantes de Beverly Hills en California existen muchas diferencias, ambos mundos son víctimas de nuestra recientemente estrenada globalización económica (unos abocados a consumir desmesuradamente y otros condenados a pasar hambre o a morir de malaria). Y usted y yo también somos parte también de esta sociedad, al margen de la hipoteca, ritmo de vida o propiedades que poseamos, o el país en el que vivamos con su modelo de gobierno y nivel de libertades. Ahora la sociedad es una sola, llena de injusticias e imperfecciones, pero única a fin de cuentas. En otros tiempos pretéritos, los diferentes pueblos se desarrollaban y evolucionaban aislados entre ellos, al margen de unos pocos intrépidos que se aventuraban a viajar y comerciar (el ejemplo más famoso es Marco Polo). Las largas distancias servían de aislante cultural entre esos pueblos. Pero tras los imperialismos del siglo XIX y los movimientos migratorios posteriores, esas fronteras sociales fueron cayendo poco a poco, hasta desaparecer del todo a finales del siglo XX, con la llegada de la era de la comunicación. La mayoría de los pueblos aún conservan su cultura, pero ahora mismo ya forman parte de una única sociedad. Una sociedad que está viva, y que a pesar de las diferencias culturales entre países va convergiendo generación tras generación hacia el modelo social conocido como occidental. Un cambio tan fuerte como supone la globalización económica lo estamos viviendo sin apenas ser conscientes de ello. No es algo que se perciba en el día a día, aunque dicha transformación sea tan rápida que casi adquiere el apelativo de revolución. Y es que el discurrir de la historia fluye sin parar y está pasando ahora frente a nuestros ojos, tan cerca que a veces es necesario alejarse para percibir los matices y la importancia de los hechos. Por buscar una analogía, la historia se asemeja a la proyección de una película en una gran sala de cine. Si nos sentamos muy cerca de la pantalla no llegaremos a apreciar bien los colores, y las siluetas serán más bien borrosas. Nos debemos alejar para poder ver bien la proyección. Pues de igual forma, en el mundo han sucedido y suceden hechos que no llegamos a percibir en toda su magnitud hasta que pasan 5, 10, 25 o incluso 50 años.

Nosotros hacemos la Historia

Nosotros hacemos la Historia

¿Qué es la historia?. ¿Conocemos la historia?. Habitualmente la gente que somos profanos del tema no nos hacemos mucho estas preguntas. Vivimos convencidos de que este, al igual que otros campos de estudio e investigación, no va con nosotros. La historia nos parece un relato salpicado de nombres propios, fechas importantes, descubrimientos, batallas, catástrofes y poco más. Un compendio que sólo interesa a historiadores profesionales, a algún aficionado loco, y a los escritores de novela histórica.

Hemos de ser conscientes sin embargo que la historia se está escribiendo en cada momento, y que todos somos parte de ella. No es algo que se genere a posteriori, sino que cada día la sociedad sin darse cuenta escribe una línea de su propia historia. Nuestros actos influyen en ese relato del mismo modo que grano a grano la arena arrastrada por el viento va erosionando y moldeando las pirámides de Egipto. Un grano por sí solo no es transcendente, pero miles y miles de granos durante cientos de años dejan su huella. Y es que la historia sobre todo es de la sociedad. Políticos, reyes, dictadores, terroristas, conquistadores y científicos pueden influir mucho más directamente en el devenir de los acontecimientos, pero no son más que dedos ejecutores de la sociedad, parte y víctimas de ella igual que cada uno de nosotros.